La raíz
La raíz

Sacas los ojos de las cuencas con la cuchara de pastel. No tenías otra herramienta y cualquier cosa afilada puede dañar la piel de los párpados. La vas a necesitar luego. Los dejas caer en el bote lleno de agua, que se torna ligeramente rosa, primero uno, y luego el otro. tienen que permanecer húmedos. Te miran.

Lo lamento mucho.

Te siguen mirando. De estar todavía en la cara de la niña, llorarían.

Esta es la única forma, dices y esperas que entienda.

Enseguida, sacas al gato. Estuvo tirado en el camino una semana, bajo el calor intenso del verano, pero las hormigas y los pájaros apenas habían empezado su trabajo y gracias a su minúscula labor, no hay partes tiernas. Es decir, ojos. También le falta una oreja, recientemente arrancada desde la base. Pero es útil. Apenas iba por su cuarta vida y tiene todas las extremidades ilesas. Con un poco de suerte, habría regresado.

La práctica te ha dado maestría y sacas tu ojo derecho de la misma forma en la que te truenas los dedos. Te insertas a ti misma en el pequeño cráneo, rápido. Ahora sólo sirve la mitad del cuerpo y el siguiente paso tiene que ser todavía más veloz. Hace décadas, cuando te enseñaron a hacerlo, mantenían el párpado abierto para ti. Cuando estampas la raíz de tu ojo izquierdo en su cara, es su pequeña mano la que completa el procedimiento. Ahora es tu mano, aunque la sientas como un guante. Volteas a ver.

Ojalá pudiera hacerte dormir. Ojalá pudieras no ver. Ni siquiera sé cómo te llamas.

Los moretones. La niña tiene moretones que recuerdan, en la base del cráneo, en las muñecas. Las pequeñas manos duelen al flexionarlas.

Lo sacas del bote e insertas primero la raíz. Las cuencas del gato los reciben; ese cuerpo sabe estar vivo. Se incorpora, erizada, en la mesa. Temblando y fría. Te bufa y le das una cachetada. Se ve a si misma, a su cuerpo, atacarla. Lo entiendes pero compadecerla es muy distinto a tenerle paciencia y tú actuarás hoy, rápido.

Dejas el cuerpo viejo atrás y te diriges a la puerta. Su garganta te duele cuando estás próxima a abrirla. Se dispone a escapar.

Puedes irte si quieres, casi siempre se van. Pero yo tengo hambre.

Cree que te está guiando a casa, cuando en realidad, fueron sus gritos los que te atrajeron en primer lugar. El hombre es violento y sigue ahí, esperando. Puedes oler su ira ¿Cuánto más hubiera podido caminar sola, de noche, si no la hubieras encontrado tú?

Se esconde en los arbustos cuando la puerta se abre de un trancazo. Apenas ve los pequeños pies caminando fuera, se abalanza sobre ella. Sobre el cuerpo que habitas, la arrastra adentro de la casa, se quita el cinturón. Toda su carne tiembla. Por más dentro que estés, hay una parte de ella que insiste en gritar ‘mamá’

Nunca ven. Por eso usar los ojos como una puerta es siempre tan fácil. Para cuando toma la pequeña cara entre sus manos, ya es tarde. Tus raíces salen de dentro de su boca, de entre los espacios vacíos de la boquita chimuela, y se insertan firmemente en la córnea. Lo abarcan todo, antes de devorarlo. Y ahora son sus gritos los que atraen a una única espectadora. La ves desde la ventana, le falta una oreja.

Haces que ese cuerpo se levante. Abres la puerta de la que nunca fue su casa y las patitas se acercan. El hombre está consciente. Nunca has entendido cómo hacerlos dormir. Unos lo necesitan y otros no lo merecen.

Lo lamento mucho y recibes un maullido. Te lo devolveré pronto.

Acabas horas después. Se queda deliciosamente vacío. La niña araña los sillones, corre por toda la casa, se revuelca en la alfombra mientras devoras. Cuando acabas, te encaminas a la cocina. Buscas en todos los cajones los cubiertos y un vaso de agua. El primer paso está completo, pero sigues teniendo hambre. Sería fácil tomar el vaso, saciarte, masticar las dos pequeñas órbitas.

Su cuerpo te sería útil. Ciertamente serías menos vulnerable en ella, que ella. Además, parece disfrutar al gato.
Los cuerpos pequeños no te gustan pero entiendes por qué los humanos devoran terneras. Y a lo mejor a ella le iría mejor como gato, pero, por curiosidad o con esperanza, nunca se fue.

Te acercas al disfraz de piel. Haces el intercambio.

Ella no ha dejado de mirar. Tiene los ojos morados e hinchados y tiembla. Te tomas el vaso de agua ensangrentada. Eructas.

Te estiras. Se siente como si fuera a medida, como si todo este tiempo este hubiera sido el lugar en el que debías estar. Tus músculos se entrelazan con los que fueron suyos, invaden los órganos. La sangre nueva de tu nuevo hogar te deja casi ebrio. Es distinto ser un huésped que el dueño. Podrías quedarte aquí, por meses o varios años, y sacarle todo el provecho del mundo.

Entiendes que no soy él ¿Verdad?

Ella asiente. La miras sonreír, un poco. No pestañea. No lo hará en varios días.

Cuando decides largarte, jala de tu manga. Quiere que te quedes, pero abres la boca y le muestras lo que hay dentro, abajo. Te suelta de inmediato y mecánicamente, le guiñas el ojo. La dejas en la entrada, volteas a verla, en la penumbra de la casa. Quizás encuentre a su familia, ojalá. Quizás sus gritos te llamen otra vez. Esperas que no, pero si sucede, no importa. Siempre tienes hambre.

Y ella sabe que puede mirar.

Darte la mano, compartir una sombrilla bajo la lluvia, una malteada con dos popotes, ver los cerezos abrirse y perder las hojas y ganar flores y volverse rosas y volver a abrirse, observar la nieve caer, caminar sobre el hielo de la playa, ver cómo la sal no deja que el agua se congele, hacerse bolita en el frío, dividir una misma bufanda, plantar un árbol, nombrar a un perro, robarse a un gato que de todos modos no tenía ningún lugar a donde ir, aprender a cocinar platillos que ya existen, inventar otros que no, contrabandear un pollo rostizado entero a una sala de cine, darnos cuenta que el pollo rostizado entero es pésimo artículo de contrabando para una sala de cine e intentarlo con una pizza tamaño familiar, fracasar, insistir de nuevo con una sandía, pintar las paredes de una casa, caminar por todas las calles del mundo, todas las cosas que siempre pensé que pasarían, todas las cosas que siempre quise que pasaran, y te sigo hablando de tú, todas las cosas que ya nunca van a pasar, todas las cosas que ya nunca van a pasar.

Elsa vuelve del bosque como todas las tardes, pero ésta vez tiene su chal, sucio con sangre y lodo, hecho bola y apretado contra el pecho.

Es mío, dice sonriendo. En su boca le hace falta uno de los colmillos, el derecho, que siempre estuvo chueco y un hilo de sangre seca corre por su barbilla. Le enseña a tu anciana madre el contenido y ambas sonríen.

‘Nuestra familia está maldita’ dice mamá, sin sorpresas, convertida desde hace mucho en un arbusto de ramas secas: sus dedos están tan torcidos que no puede doblarlos, sus extremidades, delgadas y rígidas, parecen madera. Su voz es como cuando croan los sapos. Mira por la ventana hacia los árboles y se queda dormida.

Tu hermana se lleva al bebé del bosque a su habitación. La noche entera escuchas cómo le canta en voz baja, mientras la criatura ríe y ríe como un uluar de búhos y tú recuerdas la risa de otro bebé, uno que dejó de estar hace muchos años.

Esa noche no hay ningún ruido afuera, como si algo esperara. Al día siguiente hay miles de tréboles alrededor de la casa.

Tu hermana se quiebra las uñas en el jardín y se rasga los dedos escarbando. Es en lo único en lo que nunca se parecieron: las uñas. Estoy haciendo una cuna, me lo pidió anoche. Sus ojos de ven claros, pero sonríe y faltan más dientes. En la tarde, pájaros muertos caen del cielo y ves a Elsa devorando aquellos que tienen plumas rojas con si de fresas se tratara. Mamá tiene la voz más dulce cuando susurra, con las manos sin arrugas y los dedos lisos: ‘nuestra familia está maldita’. Por primera vez en años, se para de su silla y se acerca al lindero del bosque, pero no lo cruza. Esa noche, al sentarse a la mesa, tu hermana come sin canas en el cabello, con la dentadura blanca y completa. Tu madre no es más una anciana, mientras que tú pasas por la tía lejana de tu propia hermana gemela. Te miras las manos. Sigues envejeciendo igual que todos los días.

Hace mucho que huiste a la parte más gris de la ciudad y habías jurado no volver y ahora estás aquí, viendo cómo rejuvenecen ante tus ojos, hora con hora, mientras distintos pájaros se estrellan todo el tiempo contra las ventanas de la cabaña. Las carcajadas que se escuchan desde el cuarto de tu hermana, del que ella no vuelve a salir después de esa noche, no te dejan dormir. Nunca vas a volver a dormir. Recorres el camino a la ciudad a pie y no te apartas de la carretera. Los tréboles crecen a ambos lados a lo largo de ésta un par de horas después, cuando regresas.

Tu madre no dice nada. Sólo dijo que formabas parte de la maldición de tu familia cuando encontraste a tu bebé frío y quieto y azul, hace muchos años. Tu esposo tuvo que arrancarte el pequeño cadáver de los brazos y dos días después, te dejó. Tu madre se quedó impávida ante la noticia de la muerte de su nieto. ¿Alguna vez les conté de su padre? dijo ausentemente, como si fuera una explicación que se debía de dar en vez de un pésame. Cuando Elsa también volvió de la ciudad, cargaba a cuestas un aborto espontáneo. Nadie supo quién era el padre. Poco después, de que al revisarla y encontraran un bulto, la abrieran y arrancaran y suturaran para quitarle para siempre la esperanza del bebé que deseó toda la vida, te acercaste a su cama. Elsa. Dijiste. Nuestra familia sí está maldita. Ella te volteó a ver y sonrió. Al siguiente día fue la primera vez que se adentró en el bosque y tú asumiste que tendrías que cuidar de las dos. Y te quedaste.

La joven de quince años en la que se ha convertido tu madre te toma de las manos y te ve con ojos delirantes cuando intentas convencerle de que tienen que sacar esa cosa de ahí ¿Alguna vez te hablé de tu padre? susurra y recuerdas todas esas noches en las que las mandaba a dormir y ella se iba, y tú esperabas, temblando bajo las cobijas, que una sombra te arrastrara al bosque, porque sabías, porque mamá dijo, que todo lo que viene de ahí, tarde o temprano vuelve.

Es un aullido, es una carcajada, una voz ronca cada vez más fuerte lo que responde noche con noche a los arrullos de Elsa. Y cada vez que hace ruido, desde afuera responden. Los insectos, los lobos, los búhos se suman a las risas pequeñas, a los alaridos, a las pequeñas garras negras en manos muy parecidas a las humanas, que arañan los cristales de las ventanas desde afuera. Sus ojos son amarillos.

Tu madre se queda dormida mientras monta guardia en la puerta del cuarto de Elsa, la entrada cubierta de cadáveres de animales de plumaje o pelaje rojos y tréboles. Tu hermana ya no canta cuando entras sigilosamente, armada con el cuchillo de plata que pudiste conseguir a cambio de los ahorros de toda una vida, decidida a ponerle fin a esto. Elsa está inmóvil y con una sonrisa en la cara, recargada contra un nido hecho de lodo, sangre y ramas. Le faltan pedazos del cuerpo. Lo que se encuentra en la cuna está despierto y te mira. No sabías cuántos colmillos podían caber en una boca hasta que sonrió. La voz que te saluda mientras se lame los labios no es humana.

Sales del cuarto y hundes sin dudar el cuchillo en el joven cuello de tu madre, tan violentamente que la cabeza le queda colgando de un tajo de piel. El cadáver, que envejece y se arruga y se vuelve pequeño como si lo hubieran desinflado, finalmente se queda quieto al terminar de devolver todos los años de juventud que le cedieron temporalmente. Como Elsa, la cabeza de tu madre tiene los ojos abiertos y musita las últimas palabras que dirá: nuestra familia está maldita. Pareciera que aún te está viendo cuando levantas a la criatura del bosque y te envuelve, con sus alas y su cola, mientras ríe y se abraza todavía más a ti, su piel quemándote cuando comienzas a correr y tus piernas se vuelven más ágiles, sus colmillos que rasgan ligeramente la carne de tu cuello, y estás corriendo mientras vuelves a ser joven y tus uñas negras se enredan en su pelaje y juras (en el nombre de toda la sangre muerta de tu familia maldita) nunca separarte de él, conforme te adentras cada vez más y más entre los árboles y los miles de ojos que observan dentro del bosque entero que les da la bienvenida a carcajadas. Están en casa.

No me gustaría decir que tienes la culpa de un cuento. Tampoco la responsabilidad. Más (o menos) si es un cuento incompleto. Entonces llego a la conclusión de que lo único que puedo decir es te regalo un cuento. Este nada más es un pedazo, pero el cuento entero es tuyo.

Todas las arañas tenían tus ojos. A veces tocaban el violín. Algún profesionista de los sueños podría horrorizarse por la aparición súbita de las arañas: todavía más quienes se dediquen a actividades más abstractas, como la contaduría o ciencias de la alimentación y no me quiero imaginar lo que podría imaginar un especialista de la higiene mental al respecto, pero, de nuevo; a mí siempre me han gustado las arañas. Y todas las arañas tenían tus ojos, que resultan ser los más bonitos.

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Las instrucciones del doctor son muy claras y las medicinas de la receta se pueden encontrar en todas las farmacias. Dependiendo del día, me tomo una o dos pastillas. O tres. O cuatro. Durante la primera semana aparecen los efectos secundarios y veo tus ojos por todos lados. Puestos en la cara de mi madre, por ejemplo. De mi hermano. Del gato. En la cara de la farmacista, cuando voy por la dosis de emergencia a la farmacia. Son tercos, dice el doctor cuando le llamo con urgencia, pero las indicaciones son precisas y permanecen igual: ahóguelos. Ahogue a sus sueños o éstos terminarán por asfixiarle a usted y es curioso, jamás me habría planteado que lo que una sueña le pudiera hacer daño, pero al parecer ese es mi caso y al buscar y no encontrar solución definitiva a mi problema, el remedio temporal se encuentra en el fondo de un frasco gris de pastillas también grises, una y dos y tres y cuatro, creo ver un cerdo volador antes de cerrar los ojos y caer rendida en la cama y ese es el último sueño que aparece mientras estoy despierta que voy a tener. Me pregunto, con los párpados cerrados, si ésto también es una forma de huir, pero no. Nada más quiero dormir, que de vez en cuando pueda dormir sin soñar y despertar descansada. Pensando en la huida, veo todas las veces cuando no dije nada, cuando dije demasiado y me aterra pensar que los ojos las verán en mi cabeza, cuando se repitan en mis sueños. Nadie sabe cuántas veces he fallado, sólo yo. Y ahora tú, pienso, pero cuando llego a mi cabeza, ya dormida, la encuentro vacía y blanca, sin ningún indicio de los sueños que se aparecen cada noche. Las pastillas han cumplido su promesa: los ojos ya no están y desde esa noche, no vuelvo a soñar.

Desde que te fuiste, me empecé a volver optimista.

Como mejor. Mastico la comida, que no me sabe a nada, con flojera, lo cual contribuye a la buena digestión, a la abulia y a bajar de peso. Todo muy saludable, si se le quiere observar desde esa perspectiva.

Me metí a toda clase de cursos y actividades, entonces sustituí el tipo de  pensamientos superfluos en los que me sumergía por otro tipo de ideas, más superficiales. En ellas no me ahogo. Como no pude sacar mis ideas a golpes ni llorando respirar funcionó. Casi no maldigo, casi no me pierdo en el hoyo mental de siempre. Sustituí el hijodetuchingadamadretevasamorircabrón por el elegante y monosilábico OM. ¿Respiro? OM ¿Mi vista se pierde en el tráfico de nuestra urbe a ninguno de los cuales hay salida fácilmente observable, lo cuál es, a fin de cuentas, un símil de mi vida? OM.

Lo mismo va para los vicios. Durante un tiempo pensé que acabaría cambiando el tabaco por el alcoholismo, porque bebía hasta que mi cabeza azotaba con la almohada, o con el piso, o con otra cabeza, pero resulta que no y ahora casi espero un orgullo mal dirigido de tu parte hacia mi. Casi.

Construí la teoría que después de todo esto, el tiempo se estaba haciendo, de alguna manera, lento. Por lo menos, más lento que otros años, pero pestañeo y de pronto es Diciembre. Los días transcurren igual; lo que no se mueve soy yo.

Te diría que es un mal año, pero, de nuevo, soy optimista. Es un excelente año para las cosas malas. Para la inmovilidad, para el frío, para esperar.

OM.

Todas las historias de origen comienzan casi siempre de la misma forma; en el principio, Dios creó al mundo. Ese dios siempre cambia de acuerdo a la época y el sitio geográfico de su interés. Para los antiguos egipcios, el mundo había iniciado con la palabra de Ra, dios solar de mil formas. De sus descendientes, destacan Osiris, Isis y Set. La rivalidad que Osiris y Set desarrollan culmina en la muerte del primero, con lo que Set, dios del desierto y la destrucción, pasa a ser una de las figuras antagónicas más importantes que podemos encontrar en diversas mitologías; es un dios complejo y multifacético: asesina a su hermano para quedarse con el trono, pero defiende al mundo desde la barca del sol para evitar que el monstruo Apofis lo devore. Dios de la destrucción y la violencia, proclive a ambas, pero que enfrenta al caos. Dios con cabeza de animal desconocido. Dios al que la última película de La Momia, primera entrega del Dark Universe de Universal ha decidido nombrar dios de la muerte, hecho que me cabrea profundamente.

Set y Apofis

Set peleando contra Apofis desde la barca solar.

Verán, el cine lleva años pasándose la mitología, mi obsesión y pasión personal, por el culo, y es de la mitología, las historias de la Historia, han salido de una forma y otra todas las historias que hemos contado. Entonces empecemos por los inicios.

En el principio, Universal creó a los monstruos.

Bueno, no exactamente. Uno de los magníficos elementos, irónicamente universales, es la presencia de dioses y monstruos por igual en el folclore y la mitología mundial. La aparición de los monstruos cinematográficos es más compleja. Fuera de la pantalla grande, es muy difícil decir cuál fue el primero y donde se originó; dentro de la misma, Lon Chaney en El Fantasma de la Ópera en 1923 inició la tradición de seres incomprendidos, que abarcaría a Boris Karloff y a Bela Lugosi como Frankenstein y Dracula respectivamente, a las que siguieron el Hombre Lobo, el Hombre Invisible, el Monstruo de la Laguna Negra. Con eso, los monstruos que habían poblado las historias de terror que se transmitían de viva voz y aquellos que se habían creado su propio lugar en la literatura clásica por fin se habían encontrado en un mismo lugar; su propia época dorada en el cine. Por fin tenían un público. De los monstruos no se cuentan épicas, no hay canciones más que de derrota. El papel principal es del héroe. Universal alteró el paradigma a partir de los años veinte con las películas de horror, suspenso y ciencia ficción. Incluso, en 1931,fue el éxito de Drácula lo que salvó al estudio de los estragos causados por la Gran Depresión.

The-Universal-Monsters

Los monstruos clásicos del cine.

Ya sé, a mi qué me afecta. No es la primera vez que utilizan la mitología a modo de parche en películas, generalmente para mal. No va a ser la última. El hecho es que teniendo a dos gigantes, la mitología egipcia y sus personajes principales y a la cuna de la tradición cinematográfica en cuestión de monstruos, la cuestión pesa más.

El asunto se vuelve personal para mi por La Momia. No la original, estrenada en 1932, sino la de Stephen Sommers de 1999, con Brendan Fraser, Rachel Weisz, John Hannah y Arnold Vosloo. La mitología de trasfondo se basaba en el Libro de los Muertos egipcio, que contenía las claves para que el alma del difunto pudiera sortear los peligros del Más Allá para colocar su corazón en una balanza ante Osiris y ver si pesaban más las malas acciones realizadas que las buenas. Se vuelve personal para mi cuando digo que la fui a ver un domingo con mis padres, mi hermano y mis abuelos. Mi abo me dio la mano toda la película y me ayudó a cubrirme los ojos las dos veces que me asusté. También fue una de las causas de una fiebre loca que duró tres años sobre la mitología en general y la egipcia en particular. Ese mismo octubre, mi hermano y yo vimos un maratón con todos los monstruos clásicos. Así conocí a los personajes del primer universo cinematográfico que existió y esto terminó por sedimentar mi amor por la mitología, por las películas de terror y sus peculiares criaturas.

En ámbitos más generales, la película de fue un éxito. Una atracción en el parque de Universal, dos secuelas; una en el 2001 y la otra en 2008. Tiene un rating de 56% en Rotten Tomatoes y supongo que fue gracias la combinación de elementos de horror y comedia que todos disfrutamos. Hasta Roger Ebert le dio tres de cuatro estrellas en el Chicago Sun-Times. Y no podemos olvidar uno de los memes más prolíficos de tiempos recientes.

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Oh sí, nena.

No es culparles directamente, pero quién podría. El acercamiento de los grandes estudios al tema de la mitología, cualquier mitología, de cualquier país, es limitado. Dudo que ponerle atención a este tipo de detalles tenga un impacto real en sus historias o  ganancias en taquilla. A lo mucho debe servir como leve inspiración para el primer boceto de la película y sin embargo no me queda más que resentir la falta de interés por aquello que ha sido el origen de todas las historias conocidas. La travesía del héroe que realiza Bilbo Bolsón tiene sus resabios en la Odisea; la Edda Poética nos ha dado a algunos de los personajes más destacados en la cultura popular actual, nada más en las películas de Marvel. Podemos extrapolarlo a series también, con American Gods y ni siquiera Disney se salva de haber incluido en su selección a más héroes olímpicos. No digo que adapten fielmente las historias originales; ni siquiera demando que el material original permanezca inalterable. Pienso que si ya estás usando un elemento mitológico, ni siquiera tienes que abrir el artículo de Wikipedia porque está en el primer renglón.

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Si vas a usar la mitología para hacer un parche para tu historia, que sea un buen parche. Hay miles de dioses alrededor de todo el mundo y abarcando la historia entera de la humanidad. A menos que se genere su propio mythos alrededor de una figura original, como hizo Tolkien, no vas a poder ganarle al personaje original y a su propia leyenda. Por algo los personajes se vuelven íconos y leyendas, por este tipo de cosas es que tenemos héroes. Además, puedes ayudar a compartir un poco de las historias más antiguas del mundo y de paso, conocimiento. Explorando un poco más el mundo, puedes encontrar orígenes que el cine todavía no ha utilizado. ¿Quieres hacer de Set un villano?¿Qué mejor historia que la suya propia, fratricida, con todo el poder del desierto que se dobla a su voluntad? ¿Quieres hacer de él un héroe? ¿Qué mejor leyenda que la suya, que noche con noche se enfrenta al caos mismo y es el único capaz de derrotarle?

Los relatos de la mitología son más que los nombres de sus dioses. Dale a tu historia el respeto que sus antecedentes se merecen y le estás brindando toda la carga de los miles de años que el personaje tiene. Y en cuestión de mitología, todos los personajes merecen más.

La Momia, con Sofía Boutella, Tom Cruise, Annabelle Wallis y Russell Crowe ha sido una excelente forma de iniciar el Dark Universe que se planteó hace muchos años con el Van Helsing de Hugh Jackman y de nuevo con Dracula Untold y es muy distinta a las entregas anteriores. Universal está apostando por renovar algunos de los personajes más icónicos en la historia del cine y para ello, debe arriesgarlo todo. No es la primera vez que aparecen en pantalla y muchos van a preferir encarnaciones anteriores. Es normal, han estado aquí por casi cien años y han representado cosas muy distintas para diferentes generaciones. Esta entrega es una película de acción, con acrobacias visualmente impactantes, con buenas actuaciones y con un dios de la muerte que no corresponde al dios de la muerte Egipcio.

Universal se ha enfrascado en la muy difícil tarea de volver a presentar los personajes que lo convirtieron en una de las potencias del cine. Quizá no sean las mentes que los crearon, pero cien años después, con los recursos que han destinado al proyecto, vale la pena tener esperanza. Es un camino ambicioso, vamos. Contar la misma historia un montón de veces no requiere tanta cabeza, sobretodo con figuras que ya son legendarias. Expandir el universo al que esta pertenece y buscar nuevos caminos es algo distinto, pero tienen que partir de un punto en común que ya todos conozcamos. Todas las historias del mundo comienzan casi de la misma forma y justo ahora estamos viendo el principio. Tenemos que esperar para ver que el final sea digno de sus antecesoras históricas.

Resumiendo:

Osiris es el dios egipcio del inframundo.

Anubis es el dios del embalsamamiento.

Set es el dios del desierto y la destrucción.

Tom Cruise es el dios de las películas de acción.

Y me da muchísimo gusto que los monstruos originales del cine hayan vuelto. No puedo esperar a ver qué nuevas historias tienen por contar.

En estos tiempos modernos, es más fácil decir adiós. Basta con un mail, una llamada, un mensaje, aunque también hay quienes se desaparecen  y los que nada más cambian el estatus de relación en Facebook, esperando que eso sea lo único necesario. 

El cambio es brutal y de un día a otro; desde hacía tiempo sosteníamos una conversación aparentemente infinita, desde la mañana hasta la noche y continuábamos la siguiente mañana y la siguiente noche y la siguiente mañana. Y la siguiente noche. Ahora ni siquiera somos amigos en Facebook y nos dejamos de seguir en Twitter y creo que me bloqueaste en Tumblr, porque lo entiendo, ninguno quiere saber.

Carajo, además ponías una combinación perturbadora en tu Tumblr, mitad memes sobre el vacío de la vida, mitad gifs medio pornográficos y era como decir miren, estoy muy triste, pero traigo muchas ganas.

También lo entiendo. Yo también estoy triste.

(También traigo muchas ganas)

A lo mejor no debimos ver tantos apartamentos juntos, porque ahí nos dimos cuenta que yo no quería vivir en los que a ti te gustaban y a ti no te gustaban los departamentos en los que yo quería vivir y al final nos dimos cuenta de que no era una cuestión inmobiliaria. No sé, mejor no hablamos de eso.

El único problema que queda es el perro.

No hubo llamada o mensaje de despedida para él. Ninguna última palmada en la cabeza. Lo vi a los ojos y le intenté explicar y cuando volví a llorar, el perro me lamió la cara hasta que se cansó. Creo que quedó más confundido y no volvimos a tocar el tema, pero cuando llego del trabajo todavía me huele como esperando una pista o algo más y sigue mirando la puerta por la que no vas a llegar y creo que el perro todavía te está esperando.

Eres una idiota Elisa, una reverenda idiota. Y tu novio también. Francamente no sé quién es peor de los dos; él que te deja cada que cualquier tipa hace su flamante aparición o tú, que berreas y te quejas y lloras y tragas y tragas y tragas, hasta que te vuelve a buscar y regresas, porque siempre regresas. Si él es peor que tú, tú definitivamente eres más tonta, porque siempre regresas. 

Ya lo ha hecho varias veces y sé que te acuerdas de cada una. Me pregunto quién te duele más ¿la de cabello color turquesa o la del tatuaje en cursiva?¿Te acuerdas de todas las veces que intentamos descifrar qué carajos decía y ninguna le entendía a esa horrible letra? Estabas frustrada, te sentías indignada; nunca habías odiado tanto las cosas que no se dejan leer. Y tú siempre quieres saberlo todo.

Hubo más. Claro que hubo más. Yo no me acuerdo de ellas, pero apuesto a que tú sí. Yo nada más recuerdo cada vez que te pusiste mal. Eso no lo olvido.

De todas formas, siempre regresas.

Ah, pero antes de volver y pretender por un rato que el mundo es de empalagoso color rosa, vas a llegar a mi casa y vas a rogarme que te saque de fiesta. Porque nunca sales con él, no así. No a bares ni a antros ni a fiestas del amigo de un amigo. No le gustan. A mi tampoco, yo te llevo porque en esos momentos dices que lo necesitas.

Entonces llegas y desordenas mi ropa, buscando la falda más apretada que puedas encontrar y luchas para ponértela, porque estás caderona y nalgona y todo te queda demasiado chico, hasta tu hombre. Te deslizas dentro de mis medias, para cuando termine la noche las habrás hecho trizas. Empiezas a embadurnarte mi maquillaje en toda la cara sin saber cómo hacerlo y sin pedir permiso, mientras te esfuerzas en meter tus generosos muslos en el nylon. Por una vez haces a un lado tu perenne crema para labios sabor durazno, para intentar ponerte maquillaje que no sabes aplicar y te picas los ojos con la mascara, y no sabes utilizar mi iluminador y no entiendes la diferencia entre el Orgasm de Nars y el CORALista de Benefit. No intentas delinearte, no se te pasa por la cabeza, porque sabes que fallarás. Alrededor de los ojos estás repleta de manchones negros, pareces un vil mapache. No sabes aplicarte el bronceador como se debe; tus dientes están llenos de Ruby Woo cuando sonríes. Te ves fantástica.

A lo mejor eres más tonta, pero a quien de verdad detesto es a él. Tú quieres ir a una fiesta y no te atreves a hablar de verdad con nadie. No le haces caso a ninguno de los tipos que se acercan como si te fueran a comer. Él no se atreverá a probar el manjar que tienes entre las piernas como la ocasión merece, después de que te quedas con la carne cruda por el depilado brasileño, después de acompañarte a comprar lencería para adornarte. Le vas a decir a tus papás que esa noche te quedas conmigo, pero las dos sabemos en dónde vas a estar. Nos veremos el lunes en la escuela y vas a estar enamorada. Hasta que lo vuelva a hacer.

Saliendo del bar, del antro, de la fiesta, de donde sea, te tropiezas hasta mi auto. Yo siempre manejo, me aseguro de que llegues a casa con bien. Rara vez llegas a vomitar, pero siempre te rasgas las medias y los hoyos me dejan ver tu piel. Es parte del ritual; no lo perdonas hasta que hayas salido conmigo, no te metes al auto antes de que mis medias, siempre mis medias, queden hechas una porquería.

Luego llegas a tu casa y te estrellas contra la puerta sin poder meter la llave en la cerradura, mientras te despides lanzando besos al aire y agitando el brazo. Siempre dejas cosas detrás de ti, andas por ahí esparciendo tus pedacitos. Dejas tu bolsa, la chamarra. Me dejas a mi. Lo único que nunca dejas demasiado atrás y jamás a tiempo, es a él. Dejas el celular, uno de tus zapatos. La dignidad, a veces. Tu medicina, la cartera. Esta vez pierdas tras de ti tu lipstick de durazno y yo lo llevo hasta a mi nariz y lo huelo con cuidado. A esto deben saber tus labios Elisa, mi Elisa, eres una idiota.

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Yo hice este moco también, pero de plastilina.

El otro día me acosaron en la calle y decidí sacarme un moco.

Ya sé que es una estupidez absoluta, lo admito enteramente, pero mi momento sucio tenía algo de razón detrás. Quería que el acosador se sintiera asqueado, para variar.

No iba a quedarme callada, como pasó hace unos meses cuando unos cinco tipos me siguieron a unos pasos de distancia las tres calles que faltaban para llegar a mi casa, mientras paseaba a mi perra. Las dos teníamos miedo. Mira qué piernas. Mira cómo se mueven. Apuesto a que nos está escuchando ¿Linda, nos estás escuchando?

No podía decirle de groserías o enseñarle el dedo, como pasa con los imbéciles que van manejando y simplemente tienen que tocar el claxon y decir de cosas y ni siquiera te paras o volteas a ver; les enseñas el dedo correspondiente. Lo levantas en alto. Cuando voltee a verte por el retrovisor, te aseguras de que el dedo siga ahí.

Tampoco quería apretar el paso mientras fingía no pasaba nada, como aquella vez en la que me siguieron en aquella camioneta blanca por dos cuadras vacías y al final me eché a correr por una calle en sentido contrario, mientras rogaba por perderlos.

No quería quedarme callada. La gran mayoría de las veces me quedo callada y deseo con todas mis fuerzas no llamas más la atención. Y estoy genuinamente harta de ignorar lo que pasa y fingir que no ha sucedido y que no tengo que molestarme, porque al final de cuentas no es para tanto, no están grave, estoy bien, estoy bien. 

Entonces, mientras el tipo silbaba y me decía ‘mamita’ con toda la tranquilidad del mundo, me metí el dedo índice en mi fosa nasal derecha tan profundo como pude y escarbé para sacar el cochino moco que sentía desde hace rato. Ya me imaginaba la sensación de triunfo al aventárselo a su cara confiada. Con un poco de suerte le rebotaría en la jeta; con otro poco más, se le quedaría pegado. Ya le había cambiado la expresión con nada más verme hurgando en mi nariz furiosamente. Le faltaba darle un vistazo al moco.

Parecía de caricatura; era verde asqueroso. De buen tamaño y consistencia pegajosa, como un pedazo de gelatina seca, de pegamento UHU que no se ha endurecido todavía, pero no era transparente. Tenía notitas sucias. Había estado en mi nariz, era un moco veterano, tenerlo en el dedo después de haber hurgado con tanta insistencia era un acto cochino. En resumidas cuentas, el moco perfecto para aventar.

O casi, porque apenas lo intenté y ante la mirada de repulsión del idiota, el moco se quedó pegado al dedo con el cual intentaba lanzarlo. Lo intenté dos o tres veces y mi porquería, pegajosa y verde, nada más no cedía, cambiaba de dedo y mi acosador se veía más y más extrañado y asqueado. Quién es esta loca que se está sacando los mocos, lo imagino pensar. Qué clase de persona recibe un cumplido de esta forma. Se está picoteando la nariz a media calle, guácala.

Total, el tipo terminó largándose del lugar, mirándome incrédulo. Mientras caminaba volteó a verme un par de veces con la misma cara de aversión con la que todas recibimos el acoso callejero. El asqueroso se convirtió en el asqueado, la avergonzada se volvió una vergüenza y el acosador, bueno, siguió siendo un acosador. Y yo me quedé con mi moco y mi asco, por mi y en general, y mi cara de idiota.

Amo el Stop Motion, amo los parásitos. No en mi, debo aclarar. Pero me gustan esos videos de gente que se saca gusanos de pequeños hoyos que ellos han hecho en la piel, me asusta saber de su existencia. Es como un pequeño cuento de terror, íntimo y privado.

Honestamente ¿a quién no le daría miedo tener una de esas cosas moviéndose bajo la piel?

Ojalá les guste.